martes, 8 de agosto de 2023

El aire de la calle: me eleva, me hunde

La calle, lo que entendemos por calle, hacer calle, tener calle... es hasta cierta medida un ejercicio de libertad que con el pasar del tiempo se constriñe inevitablemente entre bancas, carteles y conversaciones superficiales y alcohólicas, entre marihuanas varias y latas de cerveza que colman basureros ya repletos. Que esto, que esto otro, que Román Riquelme, que perdieron la constitución, que este discurso que copio de las redes sociales -esa parte del inconsciente colectivo que no tengo idea cómo se conecta con tanta velocidad al punto de convertirse a discurso socialmente aceptado-... yo no podría afirmar a esta altura que la filosofía se encuentre ahí en la calle. De que hay filosofía la hay, pero porque la filosofía está en todo. El ejercicio de la calle, si no se camina, pasa a ser vacío, aburrido o al menos altamente repetitivo... y atención, que para que la caminata sea efectiva debe ser entre máximo dos personas, porque si van tres entonces chocan, salvo que se bajen de la vereda o que caminen de madrugada. Los filósofos de la cuneta son aburridos porque con ellos normalmente no se puede hablar, se las saben todas porque supuestamente en la calle está todo. Y se equivocan. Es imposible que así sea, menos cuando se trata de creaciones diseñadas (las calles) para encaminar la expresión más superficial del humano, o dicho de otra forma, para que los humanos embrutecidos asistamos a nuestros trabajos, a producir no-sé-qué-cosa. En ninguna parte está todo, salvo en el gran espíritu. Ese sí que está en todo, o al menos en todo lo que tenga potencial divino. Menos el todo se manifiestará sólo en la calle cuando ésta es sinónimo mayoritario de agitación, lo que es igual a decir que no permite la quietud necesaria para una reflexión elaborada. A veces todo pasa porque quien habla más fuerte, y tomamos por sabios a quienes se mueven desde su certeza ególatra, aunque lo que diga no tenga una sola chispa de asertividad. No hay nada más repetitivo que hablar con alguien que no cuestiona ni un poco sus creencias, o discursos, o certezas y por ende conductas e historia personal. En ese sentido en el pueblo se juegan los mismos dramas que en las clases altas. A pesar de que las formas sean menos importantes en las villas y ferias, no por eso la expresión es más genuina. Muchas veces los diálogos de la calle son tanto o más vacíos que los de un rico embrutecido de privilegios. Lo digo porque lo he vivido con ojos abierto, con sentidos mareados y con la guardia baja. Con la sensación de estarme liberando en medio de una guerra de escupos, y con ganas de volver a mi lecho para decirme que a partir de mañana comienzo una nueva vida.

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