Ahora que conozco estas técnicas de autodefensa como que medio ando buscando el asalto... como que tomo riesgos que antes no tomaba. Por ejemplo, me dicen:
-¿Vamos a dar un show a Ciudad de México?
-Vamos.
(risas)
Benito se comió el chocolate de marihuana sin compartirlo con nadie, contrariando sin querer -como es su costumbre- la voluntad de la benefactora que se lo regaló en el camarín después de su presentación, una comediante y productora argentina radicada en la Ciudad de México, quien daba muy buenos consejos para la profesión de humorista, y que destacaba, entre otras cosas, por su estado civil de separada conviviente con su ex pareja, un chistólogo mexicano, y quien era el padre de su hija. Una unión que era altamente instrumental, pero que al mismo tiempo ocultaba no sé cuántos miedos de los que acechan a la raza humana. El ingreso al estado de trance por consumo de cannabis no demoró en manifestarse en la expresión de mi hermano, quien empezó a gozar severamente los efectos de dicha barra de chocolate.
Su presentación de aquella noche en el bar de comedia "Woko" había cumplido con la expectativa de hacer reír al público mexicano, a pesar del concepto de Benito, el cual reza que, cuando se hace comedia en un país distinto al de origen, el nivel del artista baja automáticamente un escalón producto de las diferencias culturales. Luego de su triunfal segunda experiencia internacional nos fuimos de festejo con algunos locales que mi hermano conoció en esta travesía a la que lo acompañé. De ellos aprendí, entre otras cosas, que la Ciudad de México fue erigida sobre un lago, razón por la que se estaba hundiendo, cuestión que no pude comprobar, pero que supuestamente se podía observar en la base de los distintos edificios que se ven en la ciudad.
Terminada la reunión, la cual ocurrió en un bar cuyo principal atractivo consistía en la posibilidad de que como clientes manejáramos fuegos de artificio, y que presuntamente era regentado por una organización narco de la colonia Roma Norte -de acuerdo con los testimonios de los comensales mexicanos que nos explicaron la forma de operación de aquellas bandas, éstas por lo bajo cobraban un arriendo extra a cada negocio del sector-, nos dirigimos con Benito hacia el departamento que rentamos durante nuestra estadía. Eran cerca de las dos de la madrugada, y si bien en un comienzo caminamos, también nos batimos entre ello y pedir un Uber, cuestión que se hizo muy difícil puesto que la señal de internet era bastante pésima.
La noche ya se sentía densa, y quizá para respirar un poco de ese ambiente peligroso es que entramos a un Oxxo para comprar chocolate y ver si desde ahí tendríamos la señal correcta para tomar el taxi. Dentro del local, interactuamos con un tipo bastante raro, que tenía un aparato en sus manos, una especie de radio con cables sueltos al que manipulaba como si se tratara de su último y revolucionario invento, aunque evidentemente no lo fuera. El hombre me produjo una desconfianza inmediata, no así a mi hermano, que hablaba con él poniéndose en riesgo de forma innecesaria, puesto que su estado de trance por efecto de la marihuana era más que evidente, y el sujeto nos metía conversa vorazmente.
Supimos perentoriamente que esperar el taxi sería una quimera, por lo que optamos por caminar hacia el departamento. Ello me impulsó a aplicar las magias ocultas que dan seguridad al ser humano, sin importar su contexto. Erguí mi espalda y busqué crear un campo cuántico a nuestro alrededor, una suerte de fortalecimiento del aura que nos permitiera llegar sanos y salvos al apartamento, técnica normalmente infalible para mí en momentos de necesidad. Era muy importante hacerlo de esa forma, puesto que disponíamos de poco tiempo, ya que nuestro vuelo de regreso a Santiago era a las ocho de la mañana del día siguiente
Así, la caminata por la avenida Insurgentes Sur se hizo llevadera y tranquila, hasta que Benito rompió esa pared de protección al sobrereaccionar en un paso de cebra (que en la Ciudad de México no son cruces sino zonas de espera hasta que los autos dejen de pasar), puesto que en su estado, que pasó desde la algarabía a la paranoia, pensó que un auto nos podía atropellar, deteniéndome con un "¡Cuidao!" y levantando la curiosidad de una prostituta que estaba al otro lado de la calle, quien al vernos por fin cruzar me dijo “Te salvó”, a lo que respondí sin pensar “Claro, es mi hermano”, mientras observaba que ella se ponía entre nosotros y metía su mano, no de forma muy sigilosa, en el bolsillo de la chaqueta de mi distraído carnal, a fin de hurtar su celular, momento en que reaccioné marcialmente anteponiendo mi mano derecha y gritando “¡No es tan fácil!" ¡No es tan fácil! ”, respuesta que me hizo entrar en un enfrentamiento visual con ella y que llamó la atención del grupo de aproximadamente diez prostitutas más que estaban en dicho sector. Mi actitud fue la de mantener la guardia en alto e ir alejándome poco a poco, mientras repetía “¡No es tan fácil! ¡No es tan fácil!”, ya como un mantra protector. Ello mientras mi hermano, asustado, se había alejado en otra dirección. Al notar que conseguí salir del área de enfrentamiento, pensé que me encontraría con Benito en la próxima cuadra, cuando lo veo aparecer por la misma esquina desde la que desapareció, corriendo desenfrenado hacia mí, y notando que el grupo completo de prostitutas se le abalanzaba encima, en forma más que nada burlesca, pues se sabían en cierto modo derrotadas al no poder concretar el asalto, por lo que el intento de humillación era lo único que les quedaba. Afortunadamente Benito atravesó dicho umbral sin recibir ataque físico alguno, pues entre las prostitutas y la vereda, por la cual él corrió su propia carrera de cincuenta metros planos, se anteponía una barrera de metal.
Al reencontrarme con mi palideciente hermano, me explicó que optó por retornar por el mismo rumbo puesto que escuchó que las otras prostitutas, muy ingeniosamente, gritaban “¡le están pegando! ¡le están pegando!", en referencia a mí persona. Cuando ya nos encontramos a salvo, mi nivel de adrenalina era tal, que sentía que podía enfrentarme a cualquier demonio nocturno, por lo que no dudé en buscar seguir por la misma ruta, la cual nos esperaba en la próxima cuadra con un grupo aun mayor de damas. Benito, quien de su cerebro sólo tenía activada la amígdala, me exigió entrar en razón, forzándome a que cruzáramos la calle para seguir nuestro camino, opción que acepté a regañadientes, pero que luego me hizo ver y apreciar el valor de nuestro triunfo.
A la mañana siguiente, es decir, un par de horas después de aquel incidente, el despertar y nuestra llegada al aeropuerto no carecieron de algo de caos. Por fortuna, la gente en México es hospitalaria, busca agradar, aprecia a los chilenos y acepta incentivos, única forma que hallé para que el taxista perdonara nuestro atraso, provocado por el chistecito del karateca.