En estas vacaciones junto a mi hijo Mateo, en el litoral central chileno, he descubierto una liberadora verdad.
Veníamos llegando a la cabaña que rentamos cuando nos encontramos con otras personas que arrendaron en el mismo lugar. Ellas estaban compartiendo un asado, cervezas, conversación. Al día siguiente, al bajar a la playa, vi a muchos clanes en la misma dirección que nosotros. Agrupados para conseguir su objetivo, a diferencia nuestra, que éramos únicamente dos personas, padre e hijo, con la finalidad de disfrutar del mismo paisaje.
Me invadió una sensación de aislamiento y cierta soledad, incluso de culpa ¿Por qué nuestra experiencia no es grupal, colectiva? El desasosiego me impedía disfrutar del momento presente y de la enorme riqueza que hay en nuestra experiencia familiar.
Luego empecé a reparar en los detalles de los clanes a los que observé.
Recordé también mis propios intereses. Descubrí que, honestamente, no me interesa mantener encuentros sobre la base de conversaciones superfluas y consumo de alcohol con desconocidos. También noté el enorme estrés de las familias numerosas, y la presión sobre niños y adultos por cumplirle a los demás.
No quiero con esto reducir la experiencia de esas personas. Sé que existen riquezas en el actuar en forma de clan y no me considero apto para juzgar decisiones ajenas, es más, de eso se trata lo que les quiero compartir: todas las experiencias son igual de valiosas si ponemos en práctica la aceptación.
Quiero ir más allá. Terminé felicitándome por el hecho de tener el coraje de actuar de forma distinta, de seguir un camino propio. Dos personas cercanas a mí se sorprendieron cuando dije que viajaría sólo con Mateo, cuestión que para mí es bastante normal. Me doy cuenta de que no es común que así sea, de que muchas personas buscan lo grupal para poder sentirse seguros. En mi caso, eso ya no es necesario. En parte porque me rijo como un Ermitaño, en parte porque en cada paso me siento acompañado por la Humanidad.
He descubierto que, en parte, mi verdad tiene que ver con ese atrevimiento a crear sin sujetarme a las normas socialmente aceptadas, y a respetar y amar ese camino.
Lo más importante de todo es encontrar el camino propio, el que más sentido nos haga, sea colectivo, sea individual, sea reducido en personas, sea en actividades y decisiones diversas a las que la masa seguiría.
El ser humano tiende a moverse de acuerdo a los designios masivos, incluso sin darnos cuenta, buscamos refugio en lugares comunes, en aquello-que-todos-hacen, incluso si eso no tiene que ver con nuestra propia energía.
Será un hecho de vida importante para cada humando el descubrir cuál es su propia talla de zapatos y a vivirla sin temor, pues ahí está la posibilidad de atravesar la experiencia humana con menos histeria y mayor aceptación.
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