El Kike llegó super curao a jugar a la pelota, argumentado que llevaba tomando desde las tres de la tarde debido a los festejos por el día del funcionario municipal. Llegó a la cancha con su primo -un jugador de actitud lamentable que parecía hacer esfuerzos en aletargar las jugadas- y su señora embarazada de no se sabe cuántos meses, quien estaba muy molesta por la embriaguez de su marido, y que no perdía oportunidad de tirarle palos y comentarios ponzoñosos, culminando su actuación con una humillación final al Kike frente a todos los jugadores, la cual fue estúpidamente celebrada por varios de los presentes.
Ya en el partido el Kike manifestaba en plenitud el estado festivo provocado por la borrachera. Sorprendía que a pesar de su lamentable estado etílico mantuviera su siempre regular nivel futbolístico, aunque -y esto era lo novedoso, debido a que suele mostrarse como un ser parco, que de no ser por su generosa actitud en la repartición de cigarros a quien le pida, rozaría en la apatía- se daba el tiempo para jugarretas adolescentes de provocación verbal a los rivales, las que vistas desde el exterior terminaron siendo una mufa al juego de su equipo, que hasta el momento se permitía dominar mediocremente el partido, justo en la jornada en que estrenaban camisetas nuevas, unas copias baratas de la polera del Manchester United, traídas inexplicable e innecesariamente como contrabando desde Lima gracias a la gestión de Paolo, un miembro del equipo con vasta experiencia en estafas telefónicas y que, en un giro teatral de su trama íntima, se dedicaba en ese entonces a la organización de viajes psicodélicos a través del uso terapéutico del Opio y la Cannabis.
Si bien el Kike era quien estaba marcando la nota alta durante el partido, fue una acción del Floro la que se robó la película y marcó el destino del encuentro.
El Floro le pegó un planchazo en la pierna derecha a un jugador del otro equipo, quien venía saliendo de una operación de meniscos y al que le faltaba una mano, dejándolo tendido de dolor por varios minutos. Desde el suelo, el lesionado le pegó una patada en las canillas al Floro cuando éste se le había acercado para disculparse, generando en este último un estado de gran ira que en otro momento de su vida lo podría haber impulsado a pisotear en el suelo la cabeza del manco, impulso que afortunadamente y en un acto de madurez y de auto represión, el Floro no obedeció
Luego de la falta el jugador sin una mano se fue a jugar al arco y, paradójicamente, desde ese momento el equipo de nuestros protagonistas no volvió a hacer gol, en parte también porque se desconcentraron, confiados y risueños de lo que estaba pasando, mientras el Floro entraba en un trance interno que lo sacó definitivamente del partido, llevándolo a viajar hacia sus años en el servicio militar, donde los jefes lo obligaban a sacarse la chucha con otros conscriptos, so pena de que fueran los jefes quienes les sacaran la chucha si ellos no accedían a pelear.
Viajó también hacia los años posteriores a la realización del servicio, donde por costumbre se enfrentaba con otros hombres a la más mínima provocación, negando su naturaleza compasiva y profunda. Con el tiempo fue aprendiendo que morderse la lengua en situaciones de violencia latente era una opción más que viable, no por convencimiento sino que con la finalidad de evitar un problema mayor si decidía despertar la otra cara de esa naturaleza sensible, es decir, a su bestia interior, que en medio del trance al que había entrado en pleno partido, estaba provocando que su sangre corriera maratones por sus venas, acosando a sus extremidades con tal de tomarse venganza de la cobarde respuesta del manco, quien no tuvo la suficiente inteligencia, ni el suficiente discernimiento, ni la suficiente voluntad para comprender que la falta que le hizo el Floro fue involuntaria, actitud irreflexiva que en todo caso le acomodaba asumir al jugador inválido, producto de su deseo profundo de ser agredido por el mundo, para así justificar las agresiones que él ejecutara.
Terminado el partido, el cual el equipo perdió sin darse cuenta, como si todos hubieran asumido que la derrota se produjo realmente con la impunidad del manco, se generó una conversación grupal espontánea, en la cual se profundizó sobre la rabia y otras sensaciones, y en la forma en que responden los seres humanos ante las agresiones, los miembros del equipo coincidieron en que las personas con ciertos grados de discapacidad, dígase ciegos, mancos, tartamudos, cojos, deformes o incluso gorditos podrían sobre reaccionar frente a cualquier agresión, por mínima que sea a modo de mecanismo de defensa. En general el equipo coincidió en felicitar a su jugador por no haberse acriminado, y en que el manco era bien aweonao, mas en él Floro persistía cierta adrenalina y culpa por haberse dejado agredir sin responder.
Una vez terminada la conversación al borde de la cancha -la cual fue acompañada por murciélagos que sobrevolaban sobre el pasto, y en la que también exploraron en el pasado fraudulento de Paolo, quien no estaba presente, con insinuaciones y directos comentarios que afirmaban que, a pesar de su nueva ocupación, seguía dedicado a las estafas telefónicas con tal de ganar dinero suficiente para sus gastos, los cuales tampoco eran excesivos pero sí estaban fijados en un cierto estándar de vida-, el destino le apersonó al Floro una posibilidad definitiva de descargar tanta energía, en un incendio a una casa que se encontraron en la esquina del club mientras salían de este.
En la casa incendiada funcionaba un pequeño Minimarket de barrio al cual en apariencia no se le podía pedir tanto más que lo básico para el buen funcionamiento de un hogar, cosas tales como esponjas, lavalozas de botella pequeña, fósforos, pan en la mañana y en el día, mermelada, mantequilla, confort, bolsas de basura y probablemente elementos propios de un bazar, como pilas y lápices pasta. El desarrollo del incendio incluía ruidos de cables explotando que sonaban como lanzamientos de fuegos artificiales dentro de un espacio cerrado y con eco.
Apenas el equipo visualizó el incendio, se oyó proponer al arquero, el Mario Bros, que se detuvieran a ver si podían ayudar en algo, así que detuvieron el auto y todos bajaron menos Anaximandro, lateral y delantero del equipo, de buena marca, pases y llegada, aunque de pésima definición frente al arco, quien internamente se preguntaba qué mierda iban a hacer allí para ayudar, razón por la que recurriendo a sus conocimientos sobre ocultismo se puso a meditar, tratando de imaginar el fin del fuego y a las personas tranquilas, no consiguiéndolo pues al mismo tiempo vinieron a él otros pensamientos fuera de contexto. Específicamente pensaba en las tres personas que le deben plata, y en cómo hacían para mostrarse en redes sociales asistiendo a conciertos, dando consejos sobre abundancia material y fumando marihuana a destajo respectivamente, sin sentirse avergonzados. Pensó al mismo tiempo en que los otros miembros del equipo sólo podrían estar asomados sapeando, hasta que miró al Mario Bros trasladando no se sabe qué cosas y hablando con la gente, como coordinando acciones aparentemente útiles, colaborando humildemente hasta en el más mínimo detalle posible. El Anaximandro olvidaba en ese momento, por cierto, la formación militar y administrativa del Floro, quien no sólo no estaba simplemente mirando, sino que figuraba con una manguera de casa apagando el fuego, a través de la técnica de rocío de agua que se usa para regar los jardines, aplicando el dedo índice en el extremo de la manguera, poniéndose al ejecutar dicha labor incluso por sobre los habitantes del sector y los propios dueños de casa, quienes le cedieron el poder de apagar el fuego sin ningún tipo de resistencia, logrando apaciguar considerablemente la tragedia hasta la llegada primero de un bombero a pie (que fue raramente celebrado por un vecino obeso, que estaba sin polera probablemente producto de los deseos exhibicionistas y libertarios que se desatan en las tragedias o simulacros de tragedia, ya que el calor del fuego no daba para tanto, considerando que era además de noche), luego de un ruidoso carro, y luego de 4 carros más que poco tenían ya que hacer ahí, por no decir que su presencia fue del todo inútil, es decir, de un nivel de aporte inversamente proporcional al ruido ensordecedor con que se presentaron.
El incendio terminó siendo apagado, de la misma forma en que la mujer del Kike le apagó su alegre curadera con la humillación final que le propinó, escarmiento que nadie recordaba muy bien como se dio específicamente, pero que incluyó gritos e insultos con mucha rabia de parte de su señora, que estaba de brazos cruzados por sobre la altura de su panza encinta, es decir, cerca incluso de la altura de la cara. El Kike figuraba intensamente aplastado, tanto como las ganas de los bomberos por intervenir de forma útil. Aunque se reía quizá para aplacar la negatividad que estaba viviendo, manifestaba en toda su expresión como toda su fuerza magnética era carcomida por la histeria de esa mujer. Sus amigos sólo avivaron la dinámica. Puro pan y circo. Nadie recuerda tampoco qué actitud asumió el manco, pero no cupo duda que se sumó sádicamente a las burlas.